Hace ya mas de 20 años que partí de Colombia. Recuerdo mis viajes de
vacaciones con mi hija mayor cuando tenía 2 o 3 años. Mirábamos por la
ventana del avión cuando íbamos a aterrizar y le decía ¿Colombia es?… y
ella entusiasmada contestaba: “verde”. A mi siempre me ha emocionado
ver a mi país desde arriba. La llegada me representa un vuelco en el
corazón: La extensa sabana de Bogotá. Sus campos de flores. Sus
montañas. Para mi es lo mío: mi tierra, la que me trae recuerdos,
nostalgias, olor a tierra mojada, a ruana, a chocolate y arepa de los
domingos, a piquetes en la finca de mis abuelos. Es mi infancia, mi
vida. Para mis hijas en cambio, es eso: una vista desde la ventana, un
ratico, unas vacaciones, las abuelas, unos primos que están y no están.
Es un país que les han enseñado, que les han contado y les dicen hace
parte de ellas. Pero es y no es porque solo lo ven así desde una
ventana, nuestra ventana …
Son esas cosas las que uno no hace
consciente cuando decide partir. Cuando hace maletas por amor y se va
con sueños e ilusiones. Cuando se quiere creer ese cuento de los que
aseguran que por allá van a estar mejor. Cuando pensaba que seria por
unos años, pero 4 se convirtieron en 20 y ya no hay para cuando.
Entonces como dicen en México, de repente le cae a uno el veinte: Mis
hijas son gringas. Pelean en ingles, su vida es en ingles. Y claro uno
racionaliza las ventajas. Ellas tienen una educación de primer mundo. No
supieron lo que significaba la palabra secuestro sino por las
películas. No oyeron hablar de guerrillas, bombas ni atentados sino
cuando los papás veían esos noticieros de allá que poco entendían, ni
entienden. Han crecido tranquilas en un lugar seguro. Tienen muchas
oportunidades y claro todo eso vale la pena. No lo dudo.
Pero
solo hasta ahora hago consciencia que son gringas como las de las
pantallas de Hollywood y que resulté en medio de una película sin darme
cuenta. Cuando vine por primera vez de intercambio a este país a
California, cuando apenas tenia 17 años y no hablaba inglés, solía
pararme en la salida del colegio y me sentía en medio de una escena de
una película americana. Los muchachos pasaban con sus mochilas y se
subían a los buses amarillos y yo estaba ahí, pero era como si estuviera
en la sala del cine. A nadie le importaba mi presencia. Yo era
extranjera. Eso no era lo mío. Yo iba a regresar a mi país y así fue.
Regresé. La diferencia es que ahora sí estoy en medio de esa película
. Es mi vida.
Es y no es. No solo porque es otro idioma, lo cual
de entrada crea una barrera aunque uno lo hable, pero no le fluye
igual. Pero sobretodo porque mi cultura me impide entender muchas de sus
tradiciones. Recibo con alegría y abrazo costumbres como la de acción
de gracias, con pavo, arándano y puré porque vale la pena celebrar un
día para agradecer. Pero sigo sin entender el fútbol americano y me
parece cursi el día de san Valentín.
Pero justo por no entender o
por estar al margen, mis hijas, las que si son estadounidenses y hacen
parte de esta cultura, han tenido que sufrir por la ignorancia de su
madre.
En Kindergarten la niña, en lugar de llevar las
tarjeticas de San Valentín que venden por todas partes con mensajitos
cursis para repartir a sus compañeros de curso, la pobre cargó con unos
tarjetones creativos hechos por la mamá con su foto, los cuales no
cabían por la ranura de las cajas de zapatos que decoran para la ocasión
y tuvo que soportar las risas de sus compañeritos.
Mas
recientemente, ya en Bachillerato, la maestra de inglés les pidió que
escribieran sobre las tradiciones que tenia su familia para ver el Super
Bowl y no le creyó cuando le dijo que ella nunca había visto esos
partidos y que menos su familia contaba con tradiciones para verlos.
Pero que si quería le podía escribir sobre James, la selección Colombia
y los gritos que pega el papá viendo los partidos de Santa Fe, lo mas
parecido a una tradición relacionada con el deporte que puede narrar.
Los dramas de las muchachitas de los colegios son muy parecidos a los
de High School Musical y el Disney Channel. Las niñas plásticas, rubias
casi siempre, le dan portazos a los lockers y le hacen maldades a las
que un día son las amigas y al siguiente no. Las populares son las
Cheeerleaders y son las novias de los del equipo de fútbol son a las
que nombran reinas y princesas de los bailes de las escuelas. Así es.
Como en las películas. Esa es la vida de mis hijas, la cual, claro nada
tiene que ver con mis días en la Nena Cano, sin lockers, bailes de
homecoming, ni cheerleaders, ni proms. Para nosotras, en aquella época,
la máxima aventura era que vinieran los niños de la banda del
Cervantes, el colegio masculino vecino y que los dejara entrar la Nena,
la directora, a tocar un par de canciones.
Ahora con la entrada a
la universidad de mi hija mayor me ha tocado aprender de cuestiones que
para los nativos son naturales, pero de nuevo, para mi, son toda una
novedad. Primero el choque de que ya a los 18 años se va la niña de la
casa a vivir a la universidad y luego todo lo que implica solicitar
cupos, exámenes , aceptaciones y demás. Para al final dejarla en un
dormitorio con gente que apenas conoce, pero llena de sueños y
oportunidades maravillosas.
Y entonces, en medio de todo, me doy
cuenta que justamente por ser biculturales, mis hijas han crecido con
valores familiares y principios mediante los cuales analizan y saben
respetar las diferencias , pero escogen sus caminos con la conciencia
de su equipaje. Por eso quizá, mientras algunas de sus amigas escogieron
presentarse a ¨hermandades¨, esas que llaman sororities ¨ que de
nuevo, yo no entiendo y me tiene que explicar miles de veces, y veo,
igualitas a las de las películas, en donde tiene que competir con
locuras para ser aceptadas , recibir rechazo y ser victimas del matoneo-
bully exacerbado, ella, mi hija, prefiere pertenecer en su universidad a
un grupo de la gente que vive en su mismo edificio en donde crean
comunidad discutiendo sobre un interés común: la justicia social.
Así entonces, aunque esté en medio de una película, esta vida que
escogí sin entender demasiado y sin ni ver de lejos, comprendo que me da
la oportunidad de poder ofrecerles, ahora sí con conciencia, lo mejor
de los dos mundos .

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