miércoles, 15 de marzo de 2017

Mi Vida de Pelicula

Hace ya mas de 20 años que partí de Colombia. Recuerdo mis viajes de vacaciones con mi hija mayor cuando tenía 2 o 3 años. Mirábamos por la ventana del avión cuando íbamos a aterrizar y le decía ¿Colombia es?… y ella entusiasmada contestaba: “verde”. A mi siempre me ha emocionado ver a mi país desde arriba. La llegada me representa un vuelco en el corazón: La extensa sabana de Bogotá. Sus campos de flores. Sus montañas. Para mi es lo mío: mi tierra, la que me trae recuerdos, nostalgias, olor a tierra mojada, a ruana, a chocolate y arepa de los domingos, a piquetes en la finca de mis abuelos. Es mi infancia, mi vida. Para mis hijas en cambio, es eso: una vista desde la ventana, un ratico, unas vacaciones, las abuelas, unos primos que están y no están. Es un país que les han enseñado, que les han contado y les dicen hace parte de ellas. Pero es y no es porque solo lo ven así desde una ventana, nuestra ventana …
Son esas cosas las que uno no hace consciente cuando decide partir. Cuando hace maletas por amor y se va con sueños e ilusiones. Cuando se quiere creer ese cuento de los que aseguran que por allá van a estar mejor. Cuando pensaba que seria por unos años, pero 4 se convirtieron en 20 y ya no hay para cuando. Entonces como dicen en México, de repente le cae a uno el veinte: Mis hijas son gringas. Pelean en ingles, su vida es en ingles. Y claro uno racionaliza las ventajas. Ellas tienen una educación de primer mundo. No supieron lo que significaba la palabra secuestro sino por las películas. No oyeron hablar de guerrillas, bombas ni atentados sino cuando los papás veían esos noticieros de allá que poco entendían, ni entienden. Han crecido tranquilas en un lugar seguro. Tienen muchas oportunidades y claro todo eso vale la pena. No lo dudo.
Pero solo hasta ahora hago consciencia que son gringas como las de las pantallas de Hollywood y que resulté en medio de una película sin darme cuenta. Cuando vine por primera vez de intercambio a este país a California, cuando apenas tenia 17 años y no hablaba inglés, solía pararme en la salida del colegio y me sentía en medio de una escena de una película americana. Los muchachos pasaban con sus mochilas y se subían a los buses amarillos y yo estaba ahí, pero era como si estuviera en la sala del cine. A nadie le importaba mi presencia. Yo era extranjera. Eso no era lo mío. Yo iba a regresar a mi país y así fue. Regresé. La diferencia es que ahora sí estoy en medio de esa película . Es mi vida.
Es y no es. No solo porque es otro idioma, lo cual de entrada crea una barrera aunque uno lo hable, pero no le fluye igual. Pero sobretodo porque mi cultura me impide entender muchas de sus tradiciones. Recibo con alegría y abrazo costumbres como la de acción de gracias, con pavo, arándano y puré porque vale la pena celebrar un día para agradecer. Pero sigo sin entender el fútbol americano y me parece cursi el día de san Valentín.
Pero justo por no entender o por estar al margen, mis hijas, las que si son estadounidenses y hacen parte de esta cultura, han tenido que sufrir por la ignorancia de su madre.
En Kindergarten la niña, en lugar de llevar las tarjeticas de San Valentín que venden por todas partes con mensajitos cursis para repartir a sus compañeros de curso, la pobre cargó con unos tarjetones creativos hechos por la mamá con su foto, los cuales no cabían por la ranura de las cajas de zapatos que decoran para la ocasión y tuvo que soportar las risas de sus compañeritos.
Mas recientemente, ya en Bachillerato, la maestra de inglés les pidió que escribieran sobre las tradiciones que tenia su familia para ver el Super Bowl y no le creyó cuando le dijo que ella nunca había visto esos partidos y que menos su familia contaba con tradiciones para verlos. Pero que si quería le podía escribir sobre James, la selección Colombia y los gritos que pega el papá viendo los partidos de Santa Fe, lo mas parecido a una tradición relacionada con el deporte que puede narrar.
Los dramas de las muchachitas de los colegios son muy parecidos a los de High School Musical y el Disney Channel. Las niñas plásticas, rubias casi siempre, le dan portazos a los lockers y le hacen maldades a las que un día son las amigas y al siguiente no. Las populares son las Cheeerleaders y son las novias de los del equipo de fútbol son a las que nombran reinas y princesas de los bailes de las escuelas. Así es. Como en las películas. Esa es la vida de mis hijas, la cual, claro nada tiene que ver con mis días en la Nena Cano, sin lockers, bailes de homecoming, ni cheerleaders, ni proms. Para nosotras, en aquella época, la máxima aventura era que vinieran los niños de la banda del Cervantes, el colegio masculino vecino y que los dejara entrar la Nena, la directora, a tocar un par de canciones.
Ahora con la entrada a la universidad de mi hija mayor me ha tocado aprender de cuestiones que para los nativos son naturales, pero de nuevo, para mi, son toda una novedad. Primero el choque de que ya a los 18 años se va la niña de la casa a vivir a la universidad y luego todo lo que implica solicitar cupos, exámenes , aceptaciones y demás. Para al final dejarla en un dormitorio con gente que apenas conoce, pero llena de sueños y oportunidades maravillosas.
Y entonces, en medio de todo, me doy cuenta que justamente por ser biculturales, mis hijas han crecido con valores familiares y principios mediante los cuales analizan y saben respetar las diferencias , pero escogen sus caminos con la conciencia de su equipaje. Por eso quizá, mientras algunas de sus amigas escogieron presentarse a ¨hermandades¨, esas que llaman sororities ¨ que de nuevo, yo no entiendo y me tiene que explicar miles de veces, y veo, igualitas a las de las películas, en donde tiene que competir con locuras para ser aceptadas , recibir rechazo y ser victimas del matoneo- bully exacerbado, ella, mi hija, prefiere pertenecer en su universidad a un grupo de la gente que vive en su mismo edificio en donde crean comunidad discutiendo sobre un interés común: la justicia social.
Así entonces, aunque esté en medio de una película, esta vida que escogí sin entender demasiado y sin ni ver de lejos, comprendo que me da la oportunidad de poder ofrecerles, ahora sí con conciencia, lo mejor de los dos mundos .

Carta a mis hijas después de la victoria de Donald Trump:


Debo confesar que como mamá quisiera decirles que no se preocupen, porque todo va estar bien. Quiero decirlo, pero no puedo. Y no puedo, porque no lo se. Porque desafortunadamente el resultado de las elecciones recientes en este país ha cambiado las perspectivas de lo que representaba. Porque con el triunfo de Trump, aquellos ignorantes que confunden la educación bilingüe con un tema de migración o que no quieren oír hablar español en el Walmart, esos que tenían guardado su racismo y su odio, se están dando, desde ya, permiso de escupirlo de manera grotesca.

Tú, hija mía que ejercías tu derecho al voto por primera vez con entusiasmo, con la ilusión de que fuera una mujer la que representara tus ideas progresistas y de avanzada, tuviste que chocar contra el muro, no solo ese que pretenden construir en contra de nuestra gente, sino el muro chocante del machismo, del desprecio hacia las mujeres, el que disculpa el acoso sexual y rechaza a las minorías. El muro de la política manipuladora que logró que muchos ignoraran o disculparan comportamientos e ideas peligrosas y destructivas.

Y a ti mi otro tesoro, que apenas comienzas tus años de preparatoria, que apenas distingues la diferencia de las ideas y posiciones políticas, ¿cómo puedo explicarte que en un país lleno de inmigrantes de todas las nacionalidades triunfó un personaje que destila odio, se burla de los demás, es vengativo y que rechaza la diversidad? Y ¿qué te puedo decir si todo el tiempo te estoy hablando en contra de los bullies, que te recalco a diario que hay que ser incluyente, que no debemos rechazar a los demás, que fue precisamente por bully que este señor ganó la presidencia?

Mas triste aun tener que explicarles que en nombre de el cristianismo y de esa fe que con amor hemos querido inculcarles, muchos votaron en contra de lo que les dijeron era el diablo, o el pecado, con un fanatismo miope que no les hace ver que precisamente este personaje representa la maldad encarnada. O acaso ¿qué diría Jesús de sus comentarios racistas? O de su adoración al dinero? O de los afirmaciones sobre querer matar a todas las familias de los terroristas? ¿Eso es ser pro vida? No, yo prefiero creer que mi religión esta basada en el amor y no en el odio y quisiera pensar que nadie quiere revivir la iglesia castigadora y vergonzante de la inquisición.

Vinimos a esta país en un busca de un futuro mejor para ustedes. Buscamos la libertad y la tranquilidad. Soñamos con una sociedad incluyente y hasta ahora así nos habían tratado. Triste pensar que queramos ir hacia atrás. Pero ¿quien dijo que todo está perdido? como canta Mercedes Sosa. Con esta elección si perdimos y perdió el mundo entero. Pero no perdamos la esperanza. Yo no quiero que se callen. Que sepan rechazar la injusticia y luchar por sus derechos, que como dijo Hillary sepan, que aunque “perder duele, nunca deben dejar de creer que luchar por lo que es correcto, vale la pena”.

martes, 14 de marzo de 2017

POR QUE NO QUISE QUE MI HIJA FUERA A HARVARD NI A YALE


La experiencia y reflexiones de una mamá latina con el proceso de solicitudes para la universidad en Estados Unidos...
#universidad #adolescente #collegeapplications

Competimos. Aunque algunas no lo queremos, ni lo pretendemos, siempre habra quienes nos hagan comentarios que nos hacen parte de esa competencia. Recuerdo las llamadas de una amiga con un hijo apenas unos meses menor que la mía. Tenían menos de un año y me hablaba para ver si mi hija ya gateaba, o decía sus primeras palabras, porque por supuesto el de ella, no solo ya había superado esos detalles, pero además ya sabía pedir libros por Internet.

No sobrara quien esté incluso pensando con el título de mi artículo que no fue que yo no quisiera, sino que tampoco iba a pasar, pero de eso no se trata, mejor seguir leyendo.

Esa competencia se ve exacerbada por las redes sociales porque por supuesto a quienes les gusta alardear tienen un medio perfecto para hacerlo. Creo que no tiene nada de malo el compartir los logros de nuestros hijos y por supuesto queremos lo mejor para ellos. Por eso estuvimos en la mejor clase de estimulación, en el kínder de moda, los metimos en la mejor escuela, en clases de arte, de música, de gimnasia y probaron varios deportes. Pero eso se vuelve aún más complicado sobre todo aquí en Estados Unidos cuando se van acerando las solicitudes para entrar a la universidad. ¿Por qué? Porque dicen que la competencia es feroz, ¿no? y ¿si el hijo de fulana pudo entrar a Harvard y con beca, por qué el mío no? Como si el nombre de la escuela superior a la que van nuestros hijos fuera una medalla que nos podemos colgar los papas por el trabajo bien realizado. Creo que eso es lo que está mal.

Cuando mi hija tuvo que pasar hace un año por ese proceso de selección, yo decidí hacer bien la tarea. Es decir, ayudarla a tomar una decisión informada. Primero porque su papá y yo no fuimos a la universidad en este país. Segundo porque empecé a darme cuenta que las razones por las que los hijos escogen las universidades no son las lógicas para mi gusto: porque es lo que queremos los papas, por los equipos deportivos, por los rankings, porque mis amigos ahí van, porque sale en las películas, porque en fin qué se yo… Nosotros ante todo decidimos que no estábamos compitiendo con nadie y que ella iba a ir a donde mejor pudiera florecer, explotar su potencial, tener oportunidades de crecer, en donde pudiera brillar, no fuera un número más y fuera a ser feliz. No fue fácil y varias veces, sin querer nos enfrascamos en discusiones del tipo “pero y ¿por qué no aquella que está mejor rankiada?” o dicen que esta otra “es la Harvard del Southwest”…

El caso es que se presentó en más de 10 universidades y pasó en varias. Y creo que su elección no pudo ser mejor. Está en una institución en donde el servicio comunitario, así como los valores y principios son igual de importantes a la exigencia académica, luego tiene una formación muy completa, pero sobretodo, ella se siente feliz y realizada. La medalla no es para mí, hoy es para ella.

Si tienes un hijo en preparatoria y quiere entrar a una universidad en Estados Unidos, quizá te ayude saber algunas de las cosas que hicimos y que resultaron útiles:
- Lo primero: entendí que, así como mi hija no pedía libros por internet a los 10 meses de nacida, quizá no iba a pasar en una de las llamadas IB league University, es decir ni Harvard ni a Yale, pero que eso no quiere decir que sea menos inteligente, que no se buen estudiante, ni menos que no fuera a tener una carrera exitosa.
- Es más, me di cuenta que tampoco la quería estresada en un mundo académico competitivo feroz y que prefería un college en donde conociera a sus profesores, y pudiera participar en discusiones y debates, que también tuviera tiempo para hacer prácticas y servicio voluntario.
- Estudié sobre las diferentes opciones y diferencias entre escuelas privadas, publicas y las que se llaman de estudios liberales. Para que mi hija pudiera determinar qué tipo le llamaba la atención. No nos dejamos llevar por nombres y marcas, aprendimos a analizar otros factores.
- Realizamos un proceso de preselección realista. Como el tema económico era importante para nosotros, aprendí a calcular los costos con posibilidad de becas por mérito y mi hija solo aplicó a aquellas instituciones generosas que proveen ese tipo de ayuda. Tampoco queríamos que pasara en una institución muy prestigiosa que después no pudiéramos pagar. En todas las que pasó, le ofrecieron beca y estamos pagando lo que habíamos presupuestado.
- Realizamos varias visitas con tours agendados, las primeras sin embargo fueron más turísticas y quizás poco útiles, las ultimas como ya éramos pros, realizamos preguntas más adecuadas y aprovechamos la visita pidiendo las tarjetas de los representantes locales y esas cosas que le fueron muy importantes a la hora de aplicar y que sí marcaron una diferencia.
- Aprendimos a calcular con sus GPA, ranking y calificaciones de SAT y ACT en cuales tenía más posibilidades de pasar y así aplicó a las que más encajaban, con una que otra que resultaba más difícil. Así evitamos frustraciones, con una preselección realista.
- Contratamos una consejera privada que le ayudó a cumplir con las fechas de entrega, a corregir su currículo y los ensayos. Así no fui yo la que me peleaba con esas presiones.
- Es un momento de mucho estrés. Para los adolescentes es la decisión más importante de su vida hasta el momento, hay que entenderlos y ayudarles, pero no imponerles más presión de la que ya tienen.
- Decidimos dejar los rankings de lado, porque son números que al final no nos dicen nada y son calculados un poco mañosamente.
- Para nosotros como papás representaba un choque cultural el tener que dejarla ir tan pronto de la casa, pero decidimos que ella merecía volar y que era una oportunidad de crecer y vivir experiencias que nosotros no tuvimos.
- Con todo y que la apoyé en todo esto y que, si estuve muy involucrada en el proceso, al final fue ella la que eligió. Y no lo hizo a la ligera tampoco. Habló con alumnos de diferentes instituciones, analizó pros y contras y al final se decidió por aquella en donde sentía poder ser ella misma y se iba a sentir a gusto. St. Edwards University en Austin es perfecta para ella. No se equivocó.

Entonces ahora si para finalizar, permítanme un poquito de alarde. Porque creo que no lo hicimos mal y hoy a un año del estrés, me siento muy feliz con la decisión de mi hija que seguramente cometerá errores, como los cometemos todos, pero que se siente feliz y aprovecha día a día la oportunidad y el privilegio de una magnifica educación. Y yo por supuesto soy una mamá muy orgullosa y tranquila de verla contenta y muy enfocada.

Si te gustó, compártelo para que le sirva a otros padres. Gracias.